Nos comen los merdellones. ¡Nos comen! Y lo peor es que no sabemos de
dónde salen. No comprendo cómo llegan a ser tantos si durante el año
Málaga se ve más tranquila y elegantona que nunca. ¿Dónde estabas
Jessica Daniela? ¿Dónde te metías Aarón José? ¿Dónde? ¡En Málaga no hay
tantos Bershkas como para caber todos!
Quién sabe. A lo mejor vienen en barco. Como lo hacían los emigrantes
italianos que llegaban a Nueva York en busca de progreso y se topaban
con la imagen imponente de la estatua de la libertad. Quién sabe… igual
por el dique de levante han colocado una efigie de un joven con su
camisetita de tiranta roza shicle y su botellita de polo flash
alcohólico derretido en ristre. Nunca lo sabremos. No conoceremos el
origen. Aunque hay pistas que nos pueden acercar al motivo principal que
ha generado el problema.
Que la feria es una soberana porquería es una realidad. No es
cuestión de opiniones. Son hechos, circunstancias y prevalencias las que
indican que un centro meado no es bueno. Que un nivel bajo en el
comportamiento y los modales de la gente no es positivo. Y que, una
desidia absoluta por parte de los que organizan el asunto es sintomática
de que la feria está intratable.
Ejemplos para justificar la decadencia del evento hay miles. Y son
conocidos por todos. Pero, haciendo una reflexión más profunda, se llega
rápidamente a la conclusión de que, echar la culpa a los ciudadanos no
es el objetivo.
Suelta a un hombre en una calle. Deja que se emborrache hasta morir. Y
después pídele que no tire el vasito, que haga pipí en un baño y que
controle sus modales. Pues en esas incoherencias nos movemos en Málaga.
Y así, nos encontramos con una feria donde huele a vómito en la calle mientras desde el Ayuntamiento
se habla de utopías como las casetas sin alcohol o los mercadillos
artesanales –hasta que un día alguien eche la raba sobre un abanico
pintado a mano y se acabe el tenderete-.
Y así, nos encontramos con una feria donde el listón se ha bajado
hasta pedir que te pongas la camiseta mientras el alcalde acude al
pregón sin corbata y el concejal en vaqueros. Por cierto, podrían dejar
de hablar de descamisados y usar descamisetados. Si por lo menos la
gente fuera en camisa la imagen sería más distinguida. Pero no. Eso
sería si le tuviesen algún respeto a su propia celebración.
Y de este modo, nos encontramos un años más con la misma porquería
reventando la ciudad. Nada nuevo. Pero sí algo novedoso. Y es que
conforme pasan los años, el personal se vuelve aún más complaciente con
sus desperdicios. Esta ciudad ha llegado al punto de no darle asco sus
ventosidades pero tampoco las del vecino. Y se ha sentado a observar
cómo se auto inmola.
Ante esta feria del centro convertida en after de Mujeres, hombres y viceversa
versión Las tres mil, existe un pensamiento que se va catalizando en el
criterio de muchos ciudadanos y es el del inmovilismo justificado en
ignorar los problemas.
El clásico: si no te gusta, vete. Eso es. Si no te gusta tu feria:
vete. Si no te lo pasas bien en tu feria: vete. Si te gusta otro estilo
de fiesta: vete. Si te parece desagradable o incomoda: vete. Y si
protestas: deja de molestar. Que eres un aguafiestas. Y vete.
Claro que sí. Sin duda esa es la mejor opción. Irse de Málaga en
feria. Física o mentalmente. Según tus posibles. Porque molesta ver las
cosas mal hechas. Molesta ver cómo se hace una feria hecha por otros
para nosotros en vez de construida por los propios ciudadanos.
No es divertida la fiesta de espectáculos subcontratados. No tiene
solera la reunión con ticket y flyer. No es de aquí el estilo chabacano
imperante. Y no es de aquí y nunca lo ha sido la desigualdad y la
exclusión. Y en eso, somos capital mundial.
Desde hace unos años, como suele ser habitual, se ha usado como
recurso fácil para elogiar nuestra feria el que sea “pública” y de
todos. No hay año que no se repita. Este mismo año, el pregonero
mientras realizaba su preg…su cosa, aplaudía el carácter público de
nuestra fiesta. Pero, ¿Por qué engañarse con algo que es mentira?
A día de hoy la feria de Málaga es un evento privado, excluyente y
segregacionista. Es una celebración en la que toma el mando del centro
histórico la chusma y en la que la gente normal se ve excluida con la
excepción de que decida mutarse con el entorno.
El centro de la ciudad en feria es coto privado del cani y la
inseguridad. No es sitio de familias. No es sitio de gente joven
alternado con gente madura ni lo es de tradición y cultura local. ¿Dónde
está lo público?
¿Lo público son las casetas privadas con relaciones públicas y
tickets? ¿Lo público son las discotecas del centro que explotan de
manera extraña casetas del real a la vez? ¿O es lo público los
conciertos en los que hay que pagar?
¿De qué apertura ferial habla Antonio de la Torre en su pregón? ¿De la de la puerta del bar cuando has pagado la consumición?
Qué gran engaño. Qué gran invento para los cuatro que ganan. Y qué
manipulación más cutre de toda una generación que se piensa que una
calle con altavoces es una feria. Y Málaga no ha sido así nunca. Y ahora
lo es. Y se está hundiendo gracias a manipuladas encuestas y estúpidas
justificaciones económicas de impacto.
Pero no pasa nada. Mejor seguir mirando hacia otro lado. Mejor
reírnos y pensar que somos una ciudad cosmopolita. Mejor quedarnos en la
anécdota de la música mientras los noticiarios de España entera nos
convierten en unos San Fermines de cuarta y sin
cuernos. Mucho mejor así. Aplaudamos a la chusma que viene a mearse en
nuestras calles. Sigamos destruyendo costumbres en la ciudad en la que
la tradición es perderla. Y beban. Porque ahí está la clave. En beber
para no ver bien la charca en la que dais vueltas durante una semana y
no daros cuenta que no es vuestra feria. Que no te mereces eso. Que esa
feria es indigna de ser vivida.
¡Alegría! A disfrutar de la feria del sur de Europa. La feria del
centro. La feria de solera. La original y tradicional. En la que hacer
cosas con arte: Mearte, pelearte y descamisarte.
Viva la feria de Málaga, en la que en vez de sentirnos orgullosos de rememorar la reconquista de nuestra ciudad, estamos orgullosos por el puterio/promiscuidad, el bebercio y la drogadiccion.
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