Llegó la amarilla marabunta
y no trajo la mugre agresiva del moro
ni la
zafiedad del amerindio.
Un cáncer silencioso que sonríe
con avidez de
hienas codiciosas
ocultando un dédalo de esclavos
explotados en talleres
infectos.
Y un día ya no hubo tiendas ni tabernas.
Sólo covachas
extrañas y extranjeras
Con la asiática codicia de hormiguero.
Y fueron
nuestros hijos
extraños en su Patria
y hubieron de servir como
lacayos
a cambio de un mendrugo sucio
al nuevo judaísmo del Oriente.
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